RWAMWANJA, Uganda (AP) — Durante meses, Agnes Bulaba, una refugiada congoleña en Uganda, ha tenido que sobrevivir sin las raciones de alimentos de las que antes dependía. Sus hijos buscan entre las comunidades locales lo que pueden encontrar para comer.
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“Como mujer que no está casada, la vida es difícil”, le dijo Bulaba a The Associated Press. Algunos locales “nos lanzan piedras, pero solo queremos alimentar a nuestros hijos y comprarles algo de ropa”, dijo la mujer, que tiene seis hijos y a menudo trabaja como prostituta para mantener a su familia.
Uganda alberga a más de 1,7 millones de refugiados, la cifra más alta en África, según la agencia de refugiados de Naciones Unidas. A pesar de ser reconocido por acoger a quienes huyen de la violencia en países vecinos, funcionarios ugandeses y humanitarios dicen que el menguante apoyo internacional, combinado con el alto número de refugiados, ha puesto mucha presión sobre las comunidades anfitrionas.
Cada mes llegan a Uganda unas 10.000 personas más, según cifras de la ONU. Algunos han huido recientemente de la guerra en Sudán, pero la mayoría son de los países vecinos de Sudán del Sur y República Democrática del Congo.
Bulaba es una de las decenas de miles de personas en Rwamwanja, un asentamiento de refugiados en el suroeste de Uganda. Como en otros asentamientos a lo largo del país del este africano, a los refugiados allí se les otorgan pequeñas parcelas de tierra para cultivar mientras se les desvincula lentamente de la dependencia total de las raciones de alimentos humanitarios.
Desde 2021, conforme la financiación se reducía de forma constante, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha priorizado a los grupos más vulnerables para la asistencia alimentaria, con alimentos o efectivo, que pueden suponer apenas 3 dólares. Después de pasar tres meses en Uganda, los refugiados tienen derecho a obtener el 60% de las raciones, y el número se reduce a la mitad después de seis meses. Sólo los recién llegados reciben asistencia alimentaria completa, lo que deja a la gran mayoría de unos 99.000 refugiados en el asentamiento de Bulaba vulnerables al hambre y otras formas de empobrecimiento.
En 2017, el gobierno ugandés y la ONU celebraron una cumbre en Kampala, la capital, y solicitaron 8.000 millones de dólares para enfrentar la fuerte afluencia de refugiados de Sudán del Sur en ese momento. Solo se comprometieron 350 millones de dólares.
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Filippo Grandi, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, visitó Uganda la semana pasada en un viaje destinado en parte a subrayar la escasez de fondos.
La comunidad internacional “no debería dar por sentada la generosidad de Uganda y el bien público global que proporciona”, dijo Grandi en un comunicado al final de su visita. “Los servicios aquí están sobrecargados. Los recursos naturales son limitados, y el apoyo financiero no está al ritmo de las necesidades”.
También dijo que el apoyo internacional “se necesita urgentemente para sostener el compromiso de Uganda con los refugiados”, e instó a los donantes y socios humanitarios a “trabajar con el gobierno para abordar las necesidades de los refugiados y las comunidades generosas que los acogen”.
Los refugiados en Uganda tienen acceso a los mismos hospitales que los locales y sus hijos pueden asistir a la escuela. Aunque esto ayuda a integrarlos en la comunidad ugandesa, a veces la competencia por recursos limitados genera tensión. Sin embargo, raramente se informa de violencia.
Hillary Onek, el ministro del gobierno ugandés encargado de los refugiados, dijo durante la visita de Grandi que los funcionarios locales necesitan apoyo para ayudar a los refugiados a ser más autosuficientes. Aunque dijo que el país estaba “sobrecargado” de refugiados, citó varias opciones de capacitación para ayudar a los refugiados a ser autosuficientes, incluyendo carpintería, albañilería y soldadura de metales.
“Estamos tratando de ser innovadores”, dijo. “Dado que la financiación para los programas de refugiados ha disminuido a lo largo de los años, no hay suficiente dinero para satisfacer sus demandas, ni siquiera para darles suficiente comida”.
Onek dijo que la alternativa es “sobrevivir por tu cuenta, usando tus habilidades, usando cualquier capacidad que tengas”.
Pero Bulaba, la refugiada congoleña que ha estado en Uganda desde 2014 después de huir de la violencia en su país natal con sus dos hijos, dijo que no puede encontrar trabajo. Desde entonces ha tenido cuatro hijos más que a menudo van descalzos y sin ropa adecuada. Extraña la asignación de dinero por comida que solía recibir.
“Para comer buscamos trabajo, pero no hay trabajo”, dijo.
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Esta historia fue traducida del inglés por un editor de AP con la ayuda de una herramienta de inteligencia artificial generativa.