WASHINGTON (AP) — Las elecciones presidenciales estadounidenses son el momento en que la nación se mira en un espejo. Son un reflejo de valores y sueños, de agravios y cuentas por saldar.
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Los resultados dicen mucho sobre el carácter, el futuro y las creencias fundamentales de un país. El martes, Estados Unidos se miró en ese espejo y una mayoría de votantes vieron al expresidente Donald Trump y le dieron una victoria de amplio alcance en los estados más disputados.
Ganó por muchas razones. Una de ellas fue que una cantidad formidable de estadounidenses, desde diferentes ángulos, dijo que el estado de la democracia era una preocupación primordial.
El candidato que eligieron hizo campaña a través de una lente de oscuridad, llamó al país “basura”, y a su oponente “estúpida”, “comunista” y “la palabra que empieza con ‘p’”.
El espejo no sólo reflejó el descontento de una nación inquieta, sino también a mujeres sin hijos que tienen gatos, historias falsas sobre mascotas devoradas por vecinos inmigrantes haitianos, un énfasis constante en calificar las cosas de “raras”, y un repentino ataque de “alegría” demócrata, ahora aplastado. La campaña será recordada tanto por los acontecimientos profundos —como los dos intentos de asesinato de Trump— como por su curioso hablar sobre los genitales del golfista Arnold Palmer.
Incluso cuando Trump se impuso, la mayoría de los votantes dijeron que estaban muy o algo preocupados de que la elección de Trump acercara a Estados Unidos a ser un país autoritario, donde un solo líder tiene un poder sin contrapesos, según la encuesta AP VoteCast, una encuesta nacional de votantes y no votantes que pretende contar la historia detrás de los resultados electorales. Aun así, 1 de cada 10 de esos votantes lo respaldó de todos modos. Casi 4 de cada 10 votantes de Trump dijeron que querían un cambio total en la forma en que se dirige al país.
En el relato de Trump, la economía estaba en ruinas —a pesar de que casi todos los indicadores dicen lo contrario— y la frontera era una llaga abierta por donde se infiltraban migrantes asesinos —cuando el número real de cruces había caído precipitadamente. Todo esto vino envuelto en su característico lenguaje de catastrofismo.
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Su victoria, la segunda vez en la historia de Estados Unidos en la que un candidato gana la presidencia en periodos no consecutivos, demostró el oído agudo de Trump para identificar lo que despierta emociones, especialmente la sensación de millones de votantes de ser excluidos —ya sea porque cayeron ante los estragos del enemigo interno, o porque alguien más hizo trampa o recibió un trato especial.
Eso es lo que los estadounidenses eligieron decisivamente.
La democracia centenaria entregó el poder al candidato presidencial que advirtió a los votantes que podría desmantelar elementos fundamentales de esa democracia.
Después de ya haber intentado perturbar la transferencia pacífica del poder cuando perdió ante el presidente Joe Biden, en 2020, Trump consideró que estaría justificado si decidiera buscar “la terminación de todas las reglas, las regulaciones y los artículos, incluidos aquellos que se encuentran en la Constitución”.
Esto, en contraste con el juramento que hizo, y que volverá a hacer, de “preservar, proteger y defender la Constitución” lo mejor que pueda.
Una medida aproximada y definitivamente imperfecta de si Trump podría decir en serio lo que dice es la cantidad de veces que lo dice. Su amenaza directa de intentar poner fin o suspender la Constitución fue en gran medida algo que enunció una vez.
Pero la campaña de 2024 estuvo llena de sus promesas —mitin tras mitin, entrevista tras entrevista—, que, si se cumplieran, trastocarían las prácticas, protecciones e instituciones que son la base de la democracia tal como las conocen los estadounidenses.
Y ahora, declara después de su victoria, “gobernaré con un lema simple: promesas hechas, promesas cumplidas”.
Durante la campaña, ante ovaciones entusiastas, Trump prometió usar el poder presidencial sobre el sistema de justicia para perseguir a sus adversarios políticos personales. Luego subió aún más la apuesta al amenazar con alistar la fuerza militar contra esos enemigos internos —“el enemigo desde dentro”.
Hacerlo destruiría cualquier atisbo de independencia del Departamento de Justicia, y pondría a los soldados en contra de los ciudadanos de formas no vistas en tiempos modernos.
Ha prometido rastrear y deportar a inmigrantes en cantidades masivas, lo que plantea la posibilidad de usar también recursos militares o de estilo militar para hacerlo.
Incitados por la furia y el negacionismo de él ante su derrota de 2020, los partidarios de Trump en algunos gobiernos estatales ya han diseñado cambios en la forma en que se emiten, cuentan y confirman los votos, un esfuerzo centrado en la noción falsa de que las últimas elecciones fueron amañadas en su contra.
El martes, Trump ganó una elección durante un gobierno demócrata. El esfuerzo por revisar los procedimientos electorales ahora será disputado por los estados a lo largo de su mandato.
Sin embargo, otro pilar del sistema también está en su mira —la administración pública apolítica y sus amos políticos, a quienes Trump llama en conjunto el estado profundo.
Se refiere a los generales que no siempre le hicieron caso la última vez, pero esta vez lo harán.
Se refiere a personal del Departamento de Justicia que se negó a complacer su esfuerzo desesperado por inventar votos que no obtuvo en 2020. Se refiere a los burócratas que retrasaron partes de la agenda de su primer mandato y a quienes ahora quiere purgar.
Trump quiere facilitar el despido de empleados federales al clasificar a miles de ellos como personas fuera de las protecciones del servicio civil. Eso podría debilitar el poder del gobierno para hacer cumplir los estatutos y las normas al drenar partes de la fuerza laboral y permitir que su administración dote a las instituciones de gobierno con empleados más maleables que la vez anterior.
Pero si algunos o todos estos principios de la democracia moderna caen, lo harán por el medio más democrático. Los votantes lo eligieron a él —y por extensión, esto—, no a la demócrata Kamala Harris, la vicepresidenta actual.
Y según las primeras mediciones, fue una elección limpia, al igual que la de 2020.
Eric Dezenhall es un experto en gestión de escándalos que ha seguido la carrera empresarial y política de Trump y predijo correctamente sus victorias en 2016 y ahora. También previó que los casos penales contra Trump lo ayudarían, en lugar de perjudicarlo.
Detectar lo que Trump realmente pretende hacer y lo que podría ser una bravata no siempre es fácil, dijo. “Hay ciertas cosas que dice porque le pasan por la cabeza en un momento determinado”, agregó Dezenhall. “No le doy importancia a eso. Le doy importancia a los temas, y hay un tema de venganza”.
Así que queda por ver si Estados Unidos obtendrá esos dos días especiales que prometió Trump.
Al asumir el cargo nuevamente, declaró, será un “dictador”, pero sólo por un día. Y prometió dejar que la policía organice “un día realmente violento” para acabar con el crimen con impunidad, un comentario que su campaña expuso que no dijo en serio, como su gente mantuvo que no hablaba en serio sobre subvertir la Constitución de Estados Unidos.
Los votantes también dieron a los republicanos de Trump un claro control del Senado y, por lo tanto, una mayoría para decidir si se confirma o no a los leales que Trump nominará para los puestos más altos del gobierno. Trump controla su partido de maneras que no lo hacía en su primer mandato, cuando figuras importantes de su gobierno frustraron repetidamente sus ambiciones más atípicas.
“El hecho de que un pueblo alguna vez orgulloso haya elegido —dos veces— rebajarse con un mandatario como Donald Trump será una de las grandes advertencias de la historia”, expuso Cal Jillson, experto en derecho constitucional y presidencial de la Universidad Metodista del Sur, cuyo nuevo libro, “Race, Ethnicity, and American Decline” (Raza, origen étnico y el declive estadounidense), anticipó algunas de las cuestiones existenciales de la elección.
“Las acciones de Donald Trump serán tan divisivas, irreflexivas y mezquinas en su segundo mandato como en el primero”, advirtió. “Socavará a Ucrania, la OTAN y la ONU en el extranjero; y el estado de derecho, los derechos individuales y nuestro sentido de cohesión y propósito nacional en casa”.
Desde la izquierda política, cualquier amenaza a la democracia no estaba en la mente del senador independiente Bernie Sanders de Vermont cuando ofreció una crítica mordaz de la campaña demócrata.
“No debería resultar una sorpresa que un Partido Demócrata que ha abandonado a los trabajadores descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”, dijo en una declaración. “¿Comprenderán el dolor y la enajenación política que experimentan decenas de millones de estadounidenses?”.
Y concluyó: “Probablemente no”.
Por su parte, Trump dice que su intención es restaurar la democracia, no destruirla.
No hubo nada democrático, afirman él y sus aliados, en ver a líderes militares desafiar al comandante en jefe electo —ya sea que se tratara de despliegues de tropas o de su deseo de un desfile militar llamativo . O en ver a presidentes demócratas establecer una política de inmigración y un gran programa de alivio de los préstamos estudiantiles mediante una orden ejecutiva, sin pasar por el Congreso.
Pero ese caso se construye desde abajo sobre la mentira de una elección robada en 2020, sus maquinaciones para detener la certificación de ese voto y el ataque sangriento de su turba al Capitolio el 6 de enero de 2021. Llega al cargo con la intención de indultar a algunas de las personas condenadas por ese motín —y tal vez de librarse de los cargos penales en su contra.
Aún existen barreras. Una de ellas es la Corte Suprema, cuya mayoría conservadora aflojó el control sobre la conducta presidencial en su fallo en que amplió su inmunidad para ser procesado. La corte no ha sido puesta a prueba por completo en cuanto a hasta dónde llegará para adaptarse a las acciones y la agenda de Trump. Y aún no se sabe qué partido controlará la Cámara de Representantes.
La victoria del republicano se produjo gracias a un electorado tan descontento con la trayectoria de Estados Unidos que dio la bienvenida a su enfoque impulsivo y disruptivo.
Entre los votantes menores de 30 años, poco menos de la mitad votó por Trump, una mejora con respecto a su desempeño en 2020, según la encuesta AP VoteCast a más de 120.000 votantes. Alrededor de tres cuartas partes de los votantes jóvenes dijeron que el país se encaminaba en la dirección equivocada, y aproximadamente un tercio respondió que quería un cambio total en la forma en que se gobierna al país.
Según las palabras de Trump, al menos, eso es lo que obtendrán.
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La editora de encuestas de The Associated Press Amelia Thomson DeVeaux contribuyó a este despacho.